El Juego del Calamar (o de cómo los ricos son unos monstruos sádicos y salvajes)

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La serie surcoreana es el gran éxito de Netflix; generador masivo de memes y una oda contra ese perverso capitalismo occidental… que sigue convirtiendo a los cineastas asiáticos en los millonarios que tanto critican.

Advertencia: al final de este artículo hay un spoiler enorme, que además puede y debe ser tomado como un servicio público a la humanidad.

El cineasta Hwang Dong-hyuk (Seúl, 1971) dice haber tardado 10 años para gestar la idea de la serie que escribe y dirige, El Juego del Calamar (Netflix, 2021) y que hoy es el show en boca de todos, en los memes posteados por todos y en… Bueno, la serie más popular (literalmente) en la actualidad y de cara a convertirse en la más vista en la historia de la plataforma.

Hace pocas semanas se estrenó… y… ¡Bum!, explosión inmediata. Audiencias en shock. Críticos con la boca hecha agua. ¿Cómo se puede mejorar un primer episodio en el que una muñeca robot gigante mata gente como si fueran molestas alimañas rastreras? ¡Por todos los santos!, estamos hablando de un festín de horror, sangre, muerte, más muertes… corrección: no son «muertes» naturales, son asesinatos brutales, premeditados, suicidios y un stock completo de sadismo crónico… Además de (sigue el horror) una escena sexual realmente asquerosita. Y un cargamento de drama social (pobres muy pobres y ricos muy malos) tan gigantesco, desmesurado y asfixiante, como el ego del chiflado vecino del Norte, Kim Jong-un.

Y con todo el rigor que implica, les puedo asegurar que El Juego del Calamar es un fenómeno de masas, cumpliendo así su estricto cometido: alimentar el morbo, absorber y arropar las MASAS, de una manera casi adoctrinante.

Entonces, luego del maratón de una tarde/noche/madrugada devorando episodios, en compañía de un container de cotufas y comida chatarra, como si la salvación de los personajes dependiese de mi ingesta de frituras, la primera moraleja que me queda es la confirmación de lo que evidenciaron otras obras cinematográficas coreanas, que han captado la atención y reverencia de crítica y audiencia mundial, como la ganadora del Oscar, Parasite: el resentimiento en Corea del Sur es tan enorme como el odio contra el capitalismo, que sus cineastas lo usan para explotar la brecha de clases sociales en su país, y así obtener premios, fama y… muchísimo dinero… dinero de la única clase de dinero que existe: el blasfemo dinero capitalista.

La fórmula es la misma de explotación estilo Laura en América… Pero con maravillosa, impecable y hermosa puesta en escena, que dignifica y hasta viste de elegancia historias burdas que en realidad humillan, ante el estruendo del aplauso mundial, a sus propios coterráneos. Porque… Amigos coreanos, disculpen, no sé si lo entendieron, pero el señor Hwang Dong-hyuk, realizó una serie para Netflix que ridiculiza la cultura de los surcoreanos a unos extremos aberrantes. Ustedes son los payasos de un circo bochornoso.

¿Por qué tanto alboroto?

En resumen: porque El Juego del Calamar es una majestuosa poesía visual, con el implacable ritmo equivalente a alguien que sufre un ataque de ansiedad; no encuentra su Alprazolam y el desespero lo lleva buscarlo en lugares tan improbables como la sucia alcantarilla frente a su casa.

Pero si no ha visto la serie y no comprende la posible lógica del palabrerío anterior, le comento que el Juego del Calamar es una serie de horror, suspenso y toda la violencia y tragedia que sólo la mente de media docena de psicópatas podría considerar como «normal».

La trama cuenta las historias de varios personajes que tienen algo en común: la mayoría están endeudados, otros viven en condiciones muy precarias, y no tienen dinero. Desde un tipejo patético adicto al juego (el protagonista), pasando por un gangster; una joven que escapó con su familia de Corea del Norte y otros que conforman un grupo de 456 personas que aceptaron participar en un nefasto juego que promete un premio único de 45,600,000,000 Won (moneda surcoreana) que equivale a 38.460.271,20 dólares en efectivo. Y es un premio único porque solo un jugador quedará vivo. A lo largo de seis eventos (todos inspirados en juegos infantiles coreanos) los perdedores serán ejecutados. Asesinados por los organizadores del juego o incluso se matarán entre ellos mismos.

Y todo por obtener el dinero que cambiaría sus vidas, así que están dispuestos a matar o morir, en vez de seguir siendo pobres o tener deudas.

Y excepto un joven policía que busca a su hermano desaparecido, al resto de personajes de El Juego del Calamar, se le puede catalogar como simples MISERABLES. No porque sean pobres, sino porque su naturaleza humana es mostrada a un nivel que los convierte prácticamente en animales, que sólo se valen de su instinto cruel, vengativo y hambriento de dinero, aunque también de supervivencia para avanzar en la competencia. Episodio a episodio, el hilo de humanidad que ata a los personajes se va desgarrando hasta desaparecer por completo.

Todo esto ocurre para satisfacer los caprichos de un grupo de apostadores VIP (americanos, en su mayoría) que pagan para mantener el juego, mientras gozan —como hienas— ante lo que le ocurre a los participantes.

La violencia ocupa niveles rara vez mostrados en una serie y en un punto, ver cómo se diseccionan rudimentariamente cadáveres para vender sus órganos, resulta hasta normal en comparación al resto de lo que está ocurriendo.

Al final, luego de horrores inimaginables (a no ser que usted sea heredero de Charles Mason y esto le parezca sano entretenimiento) hay un ganador… pero este personaje no tiene un cambio, un crecimiento, a pesar de todo lo vivido y a pesar de ahora tener todos los millones que inicialmente soñó. Pero quien es pobre en su interior —y no me refiero a finanzas— siempre lo será en su conducta. Sin embargo, le tocará a usted juzgar la actitud del ganador (si decide ver la serie)… O si realmente se le puede considerar un «ganador».

La verdadera trama

No me extraña en absoluto que la serie sea digerida como otra cápsula más de entretenimiento contemporáneo; que apenas se comente la oscura superficialidad de la misma y se deje a un lado la profundidad distorsionada de un meta-mensaje-discurso que perpetua una idea trillada.

Al igual que Parasite, El Juego del Calamar, se viste con la gastada túnica de la propaganda socialista. Solo que ahora es llevada a un extremo psicótico. Y es que la propuesta de Hwang Dong-hyuk, se afianza sobre el eterno desdén hacia el poder capitalista. En la serie, los personajes están atrapados por las injusticias de un mundo que no les presenta más que un diario espiral de autodestrucción en el que han caído, bien sea por decisión propia (y a consecuencia de sus pésimas elecciones) o porque la sociedad está jodida y sencillamente funciona así.

La carencia de dinero y oportunidades, contrasta, por ejemplo con un personaje que pudo haberlo tenido todo: el graduado de la Universidad de Seúl (Alma Mater del creador de la serie), orgullo de la comunidad, al ser el único que logró educación universitaria, pero que ha terminado endeudado luego de cometer robo a sus clientes en el mundo de las altas finanzas. Siempre dejando entrever que el sistema, como una entidad total, de alguna manera arroja a los personajes contra una pared de la que no pueden escapar.

A pesar de todo lo que ocurre en la serie, una de las reglas del juego es mantener siempre la «igualdad» entre los participantes. Que todos tengan las mismas posibilidades de triunfo. Y que ninguno sea favorecido más que otro. Bajo esta premisa, claramente se acude a culpar a los organizadores del juego y sus VIP occidentales por generar una idea de igualdad, que sólo sirve a sus macabros propósitos de diversión.

El setting de la serie genera una atmósfera que refuerza la ideología del terror y odio hacia esta élite de magnates que satisfacen el aburrimiento de sus vidas mediante la matanza de inocentes. Ergo, el dardo que dispara Hwang Dong-hyuk es directo a lo que él considera la problemática yugular: la decadencia de los pobres y marginados asiáticos, es la consecuencia del manejo de los hilos políticos y económicos, por parte de los poderosos de Occidente. Y las aberraciones que cada uno de los coreanos debe padecer, tiene, sin importar su propia culpa, un origen macro, externo… Un culpable histórico, nuevamente, de origen occidental.

Es la misma llorantina de la izquierda que se niega a aceptar la gran verdad: no existe realmente un sistema «capitalista». El dinero no es malo. Existe, desde la invención del trueque y la moneda, una repartición de bienes y servicios que jamás podrá ser igualitaria. Y este es el único sistema creado no por Occidente sino por la humanidad desde sus inicios.

Y es muy fácil para cineastas como Hwang Dong-hyuk sentarse en un trono a realizar una serie de altísima factura, a cuenta de las maldades enfermizas de los ricos americanos, mientras se mofa del desespero de sus compatriotas coreanos.

Ese es el verdadero Juego del Calamar. El juego del hipócrita discurso que reza: estamos mal, porque ellos están bien.

No. La verdad es que estamos mal porque no sabemos, o tal vez no nos importa, estar de otra manera.

SPOILER: SI ESTÁ A PUNTO DE VER LA SERIE, NI SE LE OCURRA DERRAMAR UNA SOLA LÁGRIMA POR EL CONDENADO ANCIANITO QUE TIENE EL TUMOR CEREBRAL… DESPUÉS ME LO AGRADECERÁ.

Por:  Carlos Flores

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